Ucrania – ¡No a la guerra!

  • Tropas rusas fuera de Ucrania 
  • No a la expansión de la OTAN hacia el Este 
  • Por un movimiento internacional de masas contra la guerra 
  • Autodeterminación para las provincias rusohablantes del este de Ucrania 

En la madrugada del jueves 24 de febrero de 2022, Rusia invadió Ucrania desde todas las direcciones posibles: Este, Norte y Sur. Esto puede convertirse en uno de los peores enfrentamientos militares en Europa durante décadas. 

Todavía no está claro hasta dónde pretende llegar el régimen de Putin. Es posible que esta ofensiva masiva tenga como objetivo principal “desmantelar” la capacidad de resistencia del ejército ucraniano para facilitar a Putin la entrada y ocupación de las regiones del sureste, Donetsk y Luhansk. En otras palabras, la invasión real podría limitarse esencialmente a las regiones de Donetsk y Luhansk. Pero esto no es ni mucho menos seguro. Si los planes de Putin van más allá y pretenden ocupar grandes partes del país, entonces ha perdido todo el sentido del equilibrio: un país de este tamaño no puede ser sometido por ningún ejército invasor. Un movimiento así crearía un foco de guerra y de enorme desestabilización durante todo un período de tiempo. 

Estos acontecimientos aclaran el panorama en cuanto a si Putin se preocupó realmente por las poblaciones rusohablantes del este de Ucrania, como ha estado afirmando: Putin simplemente está sirviendo a los intereses del imperialismo ruso y del chovinismo de la Gran Rusia.

En este momento es importante reforzar las voces, especialmente en la izquierda, contra la guerra y mantener claras distancias tanto con el imperialismo ruso como con el occidental; revelando no sólo la barbarie del capitalismo ruso sino también la hipocresía de Occidente (EEUU, UE, OTAN) que sólo se acuerda de los derechos humanos, la democracia y el derecho internacional cuando sirven a sus propios intereses.  

La nueva “guerra fría”

El último movimiento del régimen ruso representa una grave escalada en las ya extremadamente tensas relaciones entre Rusia y los socios de EEUU/UE/OTAN. Es el último episodio de la nueva “guerra fría” que está en marcha, y que implica no sólo a Rusia y a occidente, sino que incluye a China, que está ascendiendo económicamente para amenazar el dominio de la economía mundial por parte de Estados Unidos. Rusia y China han estado construyendo un bloque común contra su adversario común, a pesar de sus diferencias. 

La expresión “guerra fría” se utilizó originalmente después de la Segunda Guerra Mundial, e ilustraba la lucha entre dos sistemas económicos en competencia: el capitalismo en Occidente y las economías planificadas nacionalizadas de la Unión Soviética y el Bloque del Este. La “guerra fría” de hoy no tiene aspectos ideológicos, sino que es claramente un reflejo de la competencia entre potencias capitalistas rivales. 

En su origen está el hecho de que el dominio del mundo por parte de EEUU (y sus aliados) está debilitado y amenazado. China representa una amenaza para EEUU en el plano económico, amenazando con desplazarlo de su posición de economía más poderosa incluso antes de que finalice la década actual. El imperialismo ruso ha estado ampliando sus esferas de influencia utilizando su poder militar a expensas del imperialismo estadounidense y sus aliados. Ya lo ha demostrado en Oriente Medio, particularmente en Siria en la última parte de la década pasada, mientras que sus estrechas (aunque contradictorias) relaciones con el régimen turco de Tayyip Erdogan, se ha convertido en un gran dolor de cabeza para occidente, ya que Turquía es un estado miembro de la OTAN. 

El bloque capitalista occidental está librando una gran batalla para contener la expansión de sus competidores: Rusia y China. Pero es una batalla de retaguardia. 

A pesar de su relativa debilidad económica, Rusia sigue siendo una superpotencia en cuanto a poderío militar. Occidente no ha sido capaz de socavar seriamente su potencial militar. El ascenso económico de China no puede detenerse, sólo puede frenarse hasta cierto punto (que no es posible predecir con exactitud) mediante los esfuerzos de Estados Unidos y sus aliados. Lo principal, y este es el punto clave, es que no hay forma de que la economía estadounidense pueda avanzar hasta dejar a China cada vez más atrás en su competencia mutua. La cooperación de Rusia con China aumenta el poder combinado de ambos, lo que representa una seria amenaza para la alianza occidental en todos los niveles a largo plazo. 

La hegemonía estadounidense se presentó triunfalmente como la “Pax Americana” del “fin de la historia” en la década de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética. Treinta años después, está en plena retirada y se enfrenta a una crisis de “identidad”. La humillante retirada de Estados Unidos de Siria y de Oriente Medio en general, seguida del último fiasco en Afganistán, son ejemplos ilustrativos de ello. Al mismo tiempo, el desafío que supone el ascenso de China en la economía mundial, es mucho más importante que estas derrotas geopolíticas.  

Antecedentes históricos

Las potencias occidentales aprovecharon al máximo la posición de extrema debilidad en la que se encontraba Rusia tras el colapso de la Unión Soviética. La influencia occidental se expandió de todas las formas posibles, absorbiendo a los países del antiguo bloque oriental en los Balcanes y Europa Central. Occidente se expandió económica y militarmente, integrando a muchos de estos países en la UE y la OTAN: 14 países se unieron a la OTAN hacia el Este, tras el colapso de la Unión Soviética. 

En la década de 2010, se intentó integrar a Ucrania en el bloque occidental. En 2013, un levantamiento que comenzó como reacción a la pobreza, la corrupción y la crisis social, fue apoyado y finalmente controlado por Occidente con la intervención activa de organizaciones neofascistas. Esto llevó a la caída del entonces gobierno prorruso, abriendo el camino para que Ucrania estrechara sus vínculos con las potencias occidentales. Este levantamiento se conoció como el movimiento Euro-Maidan. 

El capitalismo ruso se sintió amenazado de inmediato: no sólo porque Ucrania estaría conectada a Occidente económicamente, sino también porque permitiría a Occidente colocar bases de misiles en el “patio trasero” de Rusia. De este modo, Occidente conseguiría una enorme ventaja militar en su enfrentamiento con el capitalismo ruso. 

Esperar que Rusia se quede de brazos cruzados y se limite a observar estos acontecimientos sería ingenuo, sobre todo porque un gran porcentaje de la población ucraniana es rusohablante (al menos el 30%, incluso más según otras fuentes), mientras que algunas zonas del este y el sureste de Ucrania son sólidamente rusoparlantes y con una fuerte identidad nacional rusa. 

La anexión de Crimea en 2014 fue la primera respuesta de Rusia al intento de Occidente de colocar a Ucrania en su esfera de influencia. Además, un levantamiento en la parte oriental del país, donde se encuentran las regiones de Donetsk y Luhansk, llevó a la declaración de su independencia ese mismo año. 

Este acto de independencia fue reconocido por Rusia el lunes 21 de febrero, anulando dos acuerdos internacionales (Minsk I y Minsk II, que preveían la autonomía y el alto el fuego) que, de todos modos, nunca fueron respetados por nadie. A esto le siguió el ataque a gran escala que presenciamos el jueves 24. 

Occidente respondió a la anexión de Crimea con sanciones que seguían vigentes hasta el 21 de febrero -desde entonces se han impuesto nuevas sanciones-. Desde 2014, Occidente ha estado invirtiendo en Ucrania, mientras que el presidente del país, V. Zelensky, seguía refiriéndose a la entrada de Ucrania en la OTAN, un proyecto que fue apoyado calurosamente por la propia OTAN. Al mismo tiempo, los Estados Unidos mantenían constantemente una actitud de confrontación y aumentaban las tensiones con el régimen ruso, al que describen como “una amenaza para la paz y la democracia”. 

Esta descripción del régimen ruso es bastante acertada, pero en realidad Estados Unidos y la OTAN no están en condiciones de dar lecciones de democracia y paz. 

La cuestión nacional en Ucrania

El hecho de que un gran porcentaje de la población de Ucrania (que es de 44 millones en total) sea rusohablante y que una parte importante de ella (los informes hablan de hasta un 50% de rusohablantes) se sienta de origen nacional ruso, supone una enorme ventaja para Putin. 

El hecho de que la gente hable diferentes idiomas no representa, por supuesto, un problema en sí mismo, sino todo lo contrario. El problema es que las fuerzas que se enfrentan dentro de Ucrania y la dinámica que se está creando están instrumentalizando la cuestión nacional para que sirva a sus fines. 

Las tensiones nacionales surgieron en toda la Unión Soviética y en el bloque del Este tras el colapso del estalinismo; esta ha sido una característica central de la disolución de la Unión Soviética y estuvo en el centro de la pesadilla de la guerra civil en la antigua Yugoslavia, etc. y de otras guerras en Asia central. La razón es básicamente que las nuevas clases capitalistas que surgieron en los antiguos estados estalinistas, en su camino hacia la creación de nuevos estados nacionales (bajo su control), tuvieron que revestir esto con una ideología. La única ideología que sirve a este propósito en el capitalismo es el nacionalismo (junto con algún copete de religión, siempre que las circunstancias lo permitan). El nacionalismo fue de la mano con la fractura del bloque del Este y las guerras que siguieron. 

La cuestión étnica que estalló en Ucrania con la declaración de independencia de Donetsk y Lugansk cuenta hasta ahora con 14.000 muertos y casi 1,5 millones de refugiados. El bando de Putin lo califica de genocidio, Zelensky, el presidente de Ucrania, y sus aliados occidentales lo refutan, como si tantos muertos y desplazados fueran un daño colateral insignificante.

Un “detalle” importante aquí, sin embargo, es que la anexión de Crimea fue de la mano de un referéndum en el que una mayoría masiva votó a favor de abandonar Ucrania. También se celebraron referendos en Donetsk y Lugansk, de nuevo con mayorías masivas a favor de la independencia. Aunque el derecho de las naciones a la autodeterminación en el mundo actual no son más que frases vacías, la gente de la izquierda revolucionaria, que mantiene sus valores independientemente de las diferentes circunstancias, no tiene derecho a descuidarlo.  

La anexión de Crimea en 2014 se caracterizó, por tanto, por dos elementos principales: por un lado fue una expresión de las tendencias imperialistas-expansionistas del capitalismo/imperialismo ruso, pero por otro lado reflejó la voluntad expresada por el pueblo de Crimea de autodeterminación y secesión de Ucrania. Hay que tener en cuenta ambos elementos. 

Algo similar se aplica hoy a las provincias de Donetsk y Luhansk. El envío de tropas por parte de Putin a las dos provincias y el inicio de la guerra con Ucrania, es un plan reaccionario integrado para servir a los intereses del imperialismo ruso. Sin embargo, también hay que tener en cuenta los derechos de los habitantes del este de Ucrania. 

El presidente ucraniano Zelensky ha prohibido, desde 2019, el uso de cualquier idioma que no sea el ucraniano en las escuelas secundarias, los institutos y las universidades. También está imponiendo severas restricciones a su uso cotidiano. El idioma principalmente atacado es el ruso, aunque las prohibiciones también se aplican a otras lenguas como el húngaro, el rumano, etc. Desde hace años se niega a negociar con los separatistas de Donetsk y Luhansk, sólo le interesa reprimir su rebelión con la fuerza de las armas. 

Ante esta realidad en el este de Ucrania, no apoyar el derecho de las regiones insurgentes a la autodeterminación, significa, en la práctica, apoyar, o al menos tolerar, su represión por parte del gobierno del nacionalismo ucraniano. 

Dicho esto, sin embargo, también es necesario señalar que la autodeterminación real es imposible de conseguir en el capitalismo. En otras palabras, Donetsk y Luhansk estarán esencialmente subordinadas a Kiev o a Moscú. El reconocimiento de su independencia por parte de Moscú no las convertirá en una tierra de paz, democracia y prosperidad, y el hecho de que la población local esté aparentemente de acuerdo con ello, es irrelevante al respecto. Estas zonas seguirán en estado de tensión bélica durante mucho tiempo. El recelo y el odio étnicos se heredarán de una generación a otra. 

Sobre el “derecho internacional”, la “democracia” y otros mitos similares 

La violación de los derechos nacionales y la supresión de las comunidades de habla rusa en el este de Ucrania es una realidad, y Zelensky no puede pretender ser la inocente paloma de la paz y la democracia en comparación con los halcones de Putin. Al mismo tiempo, Occidente no puede pretender ser amante de la paz y demócrata frente al régimen ciertamente autoritario de Putin. Su hipocresía es bastante evidente para quienes tienen ojos para ver. No hay más que ver sus prácticas en Oriente Medio: interviniendo sangrientamente en países que se les oponen, como Irak y Siria, desechando las justas reivindicaciones y derechos de los pueblos, como los de los kurdos, haciendo la vista gorda ante el carácter reaccionario de los regímenes que les son afines, como el de Arabia Saudí. 

Occidente cita a menudo el “derecho internacional” contra sus oponentes, pero esta hipocresía no puede provocar más que risas amargas. Putin es, en efecto, un representante reaccionario del capitalismo ruso, pero también lo son los supuestos “demócratas” de Occidente. Ambos bandos están dispuestos a ahogar a los pueblos en sangre, sólo para defender sus propios intereses. Ucrania no es un caso en el que un bando sea “malo” y el otro “bueno”, un bando tiene razón y el otro no; ambos bandos son reaccionarios. 

¿Qué debe defender la izquierda? 

Intentar defender a uno u otro bando en el conflicto que se desarrolla actualmente en Ucrania, es inútil y vano para cualquier parte de la izquierda y de la clase obrera internacional. Este es un conflicto entre potencias imperialistas y sus intereses. Las masas populares, tanto en Rusia como en Ucrania, no tienen nada que ganar con este conflicto, sólo sufrirán, vivirán con horror y pagarán con sangre. El problema estará ahí durante décadas. 

Para que la izquierda internacional sea coherente con sus valores y principios, tiene que defender los derechos de la clase trabajadora de los países en guerra, contra el conflicto entre sus gobiernos y las superpotencias imperialistas. Por difícil que sea, dada la actual correlación de fuerzas, no hay otro camino.

Se necesitan campañas de masas, para exigir:

  • El fin de la guerra, por un movimiento internacional por la paz contra la guerra en Ucrania 
  • La salida de las tropas rusas de Ucrania 
  • No apoyar ni a Putin ni a Occidente
  • Defender los intereses de la clase obrera, de los jóvenes que serán llamados a desperdiciar sus vidas como “carne de cañón”, y de las masas populares tanto en Rusia como en Ucrania, particularmente en las zonas de guerra
  • No a la anexión de cualquier territorio por parte de Rusia, no a la expansión de la OTAN hacia el Este 
  • Disolución de ambas coaliciones militares: la alianza occidental de la OTAN y la rusa OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva)
  • Defender los derechos democráticos de todas las nacionalidades y minorías: no a la prohibición de su lengua, educación, cultura, historia y seguridad
  • Defender el derecho a la autodeterminación (hasta el derecho de secesión) de los grupos étnicos que lo persiguen, mediante referendos democráticos y libres

Es imposible conseguir todas las reivindicaciones anteriores en el marco del sistema capitalista. Esto es cierto no sólo en el caso de Ucrania, sino de cualquier región con graves problemas nacionales o fuertes antagonismos interimperialistas.

La paz, la democracia y el bienestar de las masas populares sólo pueden lograrse mediante la lucha común de las clases trabajadoras contra los antagonismos nacionales de sus correspondientes clases dominantes. 

Para lograr este objetivo, es necesario construir nuevas organizaciones/partidos de izquierda a nivel internacional, basadas en los valores anteriores y con el objetivo último de la transformación social, el derrocamiento del sistema capitalista y su sustitución por una sociedad de igualdad, justicia y solidaridad, una sociedad socialista basada en la democracia y la libertad. Esta es la única manera de resolver los problemas nacionales, pero también de anular todas las desigualdades, la pobreza y las guerras que condenan a los pueblos del planeta a la pobreza, la miseria y las pesadillas de las guerras.

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