Elecciones en Andalucía: triunfo por mayoría absoluta del PP

La extrema derecha no consigue su pretensión de entrar en el gobierno regional

Viki Lara, Sevilla

Por paradójico que parezca, el triunfo en las elecciones andaluzas por mayoría absoluta del PP, el partido tradicional de la derecha española, será recibido por las personas LGTBI, inmigrantes, feministas y por parte de la clase trabajadora con alivio. Esto es así porque el PP ya no necesitará los votos de Vox para poder conformar gobierno. Y Vox ya había declarado que no vendería barato ese voto, de hecho reclamaba la vicepresidencia de la Junta de Andalucía a cambio de ese apoyo. Este es el panorama que dibujaban las encuestas hasta hace solo una semana, que el PP, a pesar de ganar holgadamente al socialdemócrata PSOE, necesitaría el apoyo de Vox para gobernar, pero la realidad de los votos rompió completamente este escenario.

El PP ha obtenido más del doble de escaños, pasando de 26 a 58, ganando por primera vez en todas las provincias andaluzas, mientras que Vox, al que las encuestas daban hasta 20 escaños, se ha quedado con 14. Esto significa que la extrema derecha, que partía de 12 escaños, sigue mejorando sus resultados, lo cual es preocupante. Pero como decíamos se han quedado lejos de sus expectativas en escaños y de entrar en el gobierno andaluz. Y eso a pesar de que forzaron una candidatura de uno de sus pesos pesados en el parlamento estatal, Macarena Olona, ni andaluza ni con residencia en Andalucía y con un empadronamiento irregular. (Por cierto, que los tribunales electorales dieron la razón a la formación de extrema derecha, dejando de nuevo a las claras el carácter del sistema judicial no solamente de defensor de las clases dirigentes, sino más concretamente de las ideas políticas más reaccionarias).

El otro partido de la derecha, Ciudadanos, ha sido el gran derrotado en estas elecciones, pasando de tener 21 escaños, ser tercera fuerza en el parlamento andaluz y formar parte del gobierno a ¡0 escaños! Ciudadanos paga la crisis que está viviendo a nivel estatal. Esta nueva fuerza política se presentó como moderada, y renovadora de la política corrupta, pero lo principal de su mensaje era el anti-independentismo tanto en Catalunya, donde nació, como también en otras comunidades autónomas. Pero está claro que después de la aparición de Vox, con su nacionalismo español exacerbado, la existencia de Ciudadanos no es necesaria. 

El PSOE, el partido socialdemócrata, que tenía antes en Andalucía su principal granero de votos, lleva dos derrotas consecutivas y claras en Andalucía y sigue pagando años de corrupción y clientelismo del gobierno andaluz. En estas elecciones ha bajado tres escaños, cuando esperaba al menos repetir sus resultados. Lo más preocupante para el PSOE es que ha perdido muchos votos hacia el PP. Por lo tanto, el PSOE no ha sabido transmitir que hayan hecho una buena gestión desde el gobierno central; mientras que se premia al PP como principal partido del gobierno en Andalucía. El PSOE reclama los ERTE que pagaron a los trabajadores cuyas empresas pararon por la pandemia, la creación de un Ingreso Mínimo Vital para las personas más desfavorecidas, o una rebaja en el precio de las gasolinas. Sin embargo, no se pudieron acoger a los ERTE todos los trabajadores temporales y precarios que no tenían contratos o a los que no se renovaron sus contratos temporales, y muchos de ellos se quedaron sin ningún tipo de prestación, tampoco de desempleo. El Ingreso Mínimo Vital tuvo una pésima gestión tardando mes en concederse en muchos casos. Y en cuanto al precio de la gasolina sigue creciendo, dejando como irrelevante el descuento que ofrece el gobierno, lo que afecta sobre todo a las clases trabajadores y pobres. Esto por no hablar de que el gobierno ha sido incapaz de tocar los ingentes beneficios de las empresas energéticas y petroleras, conseguidos a partir del aumento de precios, no está haciendo nada por parar la actual inflación y además ha dado un giro en su postura sobre el Sáhara, apoyando sin fisuras la propuesta de Marruecos de reconocer tan solo la autonomía de Sáhara Occidental, frente al deseo de los saharauis de independencia o en todo caso de un proceso de autodeterminación.   

Mientras tanto, el gobierno andaluz, ha sabido presentarse como moderado y buen gestor en medio de la pandemia del COVID-19. Y esto a pesar de las concesiones hechas a Vox para tener su apoyo parlamentario (restricciones a la ley de memoria histórica, creación de un teléfono de violencia “intrafamiliar”, aceptando la retórica de la extrema derecha que trata de borrar la violencia de género; un millón de euros en subvenciones a asociaciones antiabortistas mientras se tachaba a las organizaciones feministas de ”chiringuitos”, etc.) Frente a los aspavientos de otros dirigentes peperos a nivel estatal o autonómico como Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, que llamaba “libertad” a la apertura de comercios, bares y restaurantes, desde el gobierno andaluz se reclamaba el mantenimiento del uso de la mascarilla, incluso en espacios públicos, se restringían horarios de cierre (aunque se permitió la apertura y el consumo en interiores) y se evitaba la celebración de grandes eventos. Por supuesto que la gestión de servicios públicos como la sanidad y la educación fue pésima y en cuanto la pandemia fue remitiendo llegaron los recortes, pero también es cierto que la clase trabajadora ya había sufrido los recortes tanto del gobierno de Zapatero como de sucesivos gobiernos andaluces del PSOE. Estos se habían dedicado a privatizar diferentes partes de los servicios públicos, enriqueciendo a empresas privadas a costa de deteriorar estos servicios esenciales para la clase trabajadora.

Los medios de comunicación, en parte con razón, han considerado de histórica la victoria del PP, y han considerado que se consolida el “cambio de ciclo” después de 40 años de gobierno en Andalucía del PSOE. Pero desde mi punto de vista se equivocan al considerar un giro claro a la derecha estos resultados, con una campaña personalista de Juanma Moreno, el presidente de la Junta, que casi ha ocultado las siglas del PP en su propaganda electoral, y que en la celebración de esta victoria prácticamente se envolvió en la bandera andaluza, en lugar de reclamar el españolismo que exhibe el PP en el resto del estado español. Muchos votos del PP son votos prestados de votantes tradicionales del PSOE, desengañados por la falta de políticas de izquierda desde el gobierno central, y asustados por una posible victoria insuficiente del PP que le abocara a una coalición PP-Vox. Además, al PP le ha favorecido una baja participación electoral, de tan solo el 58,36%, y la tercera más baja desde que hay elecciones autonómicas en Andalucía. Y es que en el estado español normalmente una alta abstención se da por una desmovilización de los votantes de izquierdas y socialdemócratas que favorece a la derecha.

Más a la izquierda del PSOE, se presentaron dos listas electorales que obtuvieron escaños: Por Andalucía obtuvo 5 escaños, mientras que Adelante Andalucía obtuvo 2. Sin embargo, este mismo espacio político presentó una sola lista en 2018 obteniendo 17 escaños, por lo que han perdido en total 10 escaños, pagando las dos fuerzas políticas por lo que se consideran luchas y divisiones estériles de la izquierda, y por otra parte han sufrido un sistema electoral que no es favorable a las formaciones más pequeñas. 

El origen de la división fue la entrada en el gobierno estatal de Unidas Podemos (Izquierda Unida + Podemos principalmente) en coalición con el PSOE. Anticapitalistas, parte importante de la fundación de Podemos en Andalucía, analizó que este gobierno, por el carácter capitalista y pro-gran empresa del PSOE, iba a ser un gobierno de recortes en el que la izquierda no debía participar. Además, daba más espacio político a la extrema derecha para presentarme como oposición y antisistemas. Coincidimos con Anticapitalistas en este aspecto y en su momento argumentamos que Unidas Podemos tenía otra opción: apoyar en el parlamento la investidura de un gobierno del PSOE, para acabar con casi dos mandatos del odiado y corrupto PP, pero permanecer como oposición en el parlamento y en las calles a cualquier recorte o política anti-obrera de este gobierno. Después de la salida de Anticapitalistas de Podemos, que se escenificó como pacífica, hubo una serie de conflictos con sus antiguos compañeros en relación con los recursos y las siglas que terminaron con la expulsión del grupo parlamentario de los diputados de Anticapitalistas, mientras su líder, Teresa Rodríguez, estaba de baja maternal. 

Por lo tanto, la izquierda ya partía de una situación muy débil cuando Juanma Moreno, presidente del gobierno andaluz, adelantó las elecciones unos 6 meses. Los intentos de negociación y reunificación fueron precipitados y sin posibilidad de participación de las bases.  Además, Por Andalucía (Izquierda Unida, Podemos, los ecologistas de Equo y otros) tuvo un nacimiento muy difícil, con grandes tensiones entre Izquierda Unida y Podemos. 

Teresa Rodríguez, líder de Adelante Andalucía (principalmente Anticapitalistas, con otras fuerzas andalucistas), fue la más firme candidata contra la retórica retrógrada de Vox durante los debates electorales, defendiendo aspectos básicos como el de los estudiantes a recibir educación sexual, y desenmascarando la falsa retórica “pro clase trabajadora” de la extrema derecha. Sin embargo, demasiado énfasis en el andalucismo no será suficiente para atraer a la clase trabajadora cuando include el PP se envuelve en la bandera andaluza sin complejos. El carácter anticapitalista y de clase trabajadora de esta organización, debe ganar, por lo tanto, más importancia en su discurso.

¿Y ahora qué?

La mayoría absoluta del PP les va a dar manos libres para gobernar Andalucía y poder seguir aplicando recortes salvajes como los implementados hasta ahora: cierre de consultas médicas (incluyendo de pediatría) en el servicio público de salud, despido de 8.000 sanitarios cuando la pandemia comenzó a remitir, eliminación de clases de Educación Infantil (lo que supone subida de las ratios de alumnos), etc. Estos recortes ya se están notando, por ejemplo, en la enorme subida de contratación de seguros médicos privados, ante la imposibilidad muchas veces de poder conseguir una cita médica en un centro de salud público. 

Pero la clase trabajadora andaluza no puede resignarse a cuatro años de gobierno del PP en Andalucía sin presentar una batalla contra los recortes y privatizaciones que sin duda seguirá realizando. Y esta se debe realizar sobre todo en las calles, ya que en el parlamento no puede esperar pararlos.

La reconstrucción de la izquierda de cara a las elecciones generales que se celebrarán como tarde a finales de 2023 es también importante, pero la experiencia de la participación en el gobierno de coalición por parte de Unidas Podemos encierra diferentes lecciones en este sentido:

En primer lugar, que las políticas más progresistas que ha conseguido implementar Unidas Podemos provienen de la movilización y de basarse en los movimientos sociales y sus reivindicaciones. Por ejemplo, el auge del movimiento feministas durante los últimos años ha servido para ampliar el derecho al aborto a las chicas de 16 a 18 años sin permiso paterno, o ha dado lugar a la aprobación de la ley de “Solo sí es sí”. 

En segundo lugar, que esta nueva fuerza política no puede construirse de forma centralizada desde Madrid ni basándose en personalismos, ni siquiera sobre figuras como Yolanda Díaz, muy popular entre algunos sectores de la clase trabajadora por conseguir una Reforma Laboral que pretende luchar contra la temporalidad, pero que se considera insuficiente por muchas otras personas trabajadoras (al fin y al cabo, fue pactada y aceptada por la patronal).

Motivos para la movilización no faltan en Andalucía. Como simple ejemplo, las cinco poblaciones más pobres del estado español se encuentran en Andalucía, al igual que también tres de los barrios más pobres se encuentran en la capital de Andalucía, Sevilla. Para luchar contra esta pobreza y desigualdad, es necesario la organización democrática de este espacio a la izquierda y que se arme con un programa para la clase trabajadora que no se conforme con una gestión más amable del capitalismo. 

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